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Autocuidado de la salud mental para trabajadores de la salud

El tratamiento en fase clínica del COVID-19 tiene, entre muchos otros retos, uno del que no hemos hablado lo suficiente: la salud mental de los enfermeros, médicos y especialistas

 

Alrededor de 100 millones de casos confirmados, más dos millones de personas fallecidas —50 mil de esas en Colombia—, y 50 millones de personas recuperadas son las cifras que, al día de hoy, entrega la Organización Mundial de la Salud (OMS) (“WHO Coronavirus Disease (COVID-19) Dashboard,” 2020) sobre la pandemia del COVID-19; que luego de un año de propagación global ha puesto a prueba la capacidad instalada de nuestros sistemas de salud y el bienestar de sus profesionales: el personal sanitario.


Precisamente una de las problemáticas menos visibles, pero más determinante en la gestión de esta pandemia, es la salud mental de este grupo ocupacional, cuya importancia en el tratamiento y la fase clínica de la enfermedad es incuestionable.



De acuerdo con la OMS, la prevalencia del personal sanitario a sufrir psicopatologías ha crecido exponencialmente en los últimos meses, cuando las unidades de cuidados intensivos (UCI) han duplicado su capacidad y, aún así, se han mantenido en un nivel de ocupación superior al 80%. Según un estudio de este organismo, el 47% de trabajadores de este sector en Canadá ha reportado la necesidad de ayuda psicológica (Organization & Others, 2020).


¿Por qué se afecta la salud mental?


Entre las principales causales de este problema, de acuerdo un artículo publicado en la Revista Mexicana de Urología (Torres-Muñoz et al., 2020), se pueden mencionar:

  • Las largas jornadas de trabajo, ante la escasez de personal médico, han derivado en la extensión del horario laboral de los trabajadores en la primera línea de atención del COVID-19.

  • La angustia generada por la exposición al virus y el riesgo de ser un vector de contagio entre familiares y amigos. Así como la estigmatización o discriminación de la que pueden ser objeto entre vecinos o conocidos.

  • La práctica de primeros auxilios psicológicos (PAP) a pacientes y acompañantes en la fase clínica de la enfermedad por parte de profesionales no capacitados en ese procedimiento.

  • Los problemas administrativos en las instituciones prestadoras de salud (IPS) que derivan en el retraso o la baja remuneración, y en la escasez de equipos e insumos de protección personal para el tratamiento de pacientes.

Adicionalmente, se ha señalado que los dilemas éticos y morales que implican la toma de decisiones en la UCI sobre, por ejemplo, qué paciente o cuáles patologías priorizar, son otro de los principales estresores entre el personal de salud (Pappa et al., 2020, p. 1).



Al respecto, es importante añadir que el estrés crónico, también conocido como síndrome burnout, sin unos cuidados efectivos e inmediatos, se asocia a trastornos del estado del ánimo (como la depresión), de ansiedad, del sueño, entre otros.


El impacto cognitivo y emocional de estas patologías genera, por lo tanto, unos efectos negativos en la calidad de la práctica clínica y, por consiguiente, en la salud y el bienestar de otras personas. La investigación de Ricci-Cabello et. al. (2020, p. 18) plantea, en esa perspectiva, la necesidad de una intervención de parte de las autoridades sanitarias sobre esta problemática.


Las emociones, el trabajo pendiente


Mónica Riveros, especialista en Psicología Clínica y experta en Crisis, advierte la importancia del manejo de las emergencias psicológicas en contextos de alta demanda laboral como los actuales, un proceso que debe partir de la propia consciencia sobre el impacto que genera trabajo en las emociones.


El trabajo sobre la empatía en la atención de primeros auxilios psicológicos es también fundamental; el acompañamiento y el apoyo entre pares se debe realizar desde la escucha y el entendimiento de la situación del otro. La empatía, de acuerdo con Riveros, no implica experimentar o incorporar las emociones del otro; sino valorar sus emociones y permitirles manifestarse.


Asimismo, la educación emocional, es decir, la libertad de expresar los sentimientos sin un prejuicio moral, cultural o profesional, es una de las principales necesidades en la gestión de la salud mental y en la creación de espacios de confianza y de conversación entre colegas, amigos o familiares.



Y además de la activación de una red de apoyo, también es muy importante esa atención a las alertas tempranas que lanza una persona, y en este caso un profesional de la salud, (tales como el bajo rendimiento, la irritabilidad, entre otros) para evitar el desarrollo de unas enfermedades crónicas que pongan en riesgo la práctica clínica y el bienestar de la sociedad y su capacidad de reacción a esta pandemia global.


En última instancia, y ante la progresión de una psicopatología, la búsqueda de ayuda terapéutica profesional se debe priorizar como una alternativa inmediata para rehabilitar la salud mental y la calidad de vida del profesional de la salud.

 

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